Amor tamquam cultura vitae se patefacit.
Omnes homines scire volunt.
Fides christiana quaedam "religio Libri" non est.
En el ábside de la basílica de San Pedro, en Roma, se encuentra en todo su esplendor un monumento a la Sede de Pedro. Se trata de una obra de Bernini realizada en forma de un gran trono de bronce, sostenido por las estatuas de cuatro doctores de la Iglesia; dos de occidente, San Ambrosio y San Agustín; y dos de oriente, San Juan Crisóstomo y San Atanasio.
Maestros insignes de vida y de doctrina, los Padres de la Iglesia constituyen un tesoro inagotable, del cual se ve una perspectiva general, pero que es ocasión para suscitar (al igual que en los demás temas) el deseo de conocer más.
Transmisores privilegiados de parte de la Tradición de la Iglesia, los Padres constituyen una fuente de enorme riqueza. Al acudir a sus enseñanzas múltiples personas han encontrado un estímulo para mejorar su vida espiritual; y muchos, que no eran católicos, han vuelto a la Iglesia.
San Clemente romano, san Justino mártir, san Ireneo de Lyon, son algunos de los nombres que, como astros refulgentes, constituyen los Padres de la Iglesia de los primeros tres siglos.
San Ambrosio, san Agustín, san Gregorio Magno y muchos más, forman parte de otros nombres gloriosos, forjadores de civilización y santidad.